Una mañana de octubre en San Vicente no se parece en nada al bullicio y la algarabía que invade la villa en temporada alta: Hoy el pueblo y su ría reflejaban su lado más amable y limpio, y el frescor de la mañana animaba al grupo a comenzar otra jornada medio maratoniana. 🏃🏃🏃
El paisaje que aparece ante nuestros ojos al poco de comenzar nos deja boquiabiertos y ojipláticos: los Picos a lo lejos, el mar Cantábrico y la paleta de colores que nos rodea hace que todos nuestros sentidos disfruten de ello.
Los kilómetros pasan, y el tiempo, ese bien tan preciado que tanto escasea en estos tiempos modernos, nos da la oportunidad de ir charlando entre nosotros, intercambiando pareceres y hablando de lo humano y de lo divino, sin la prisa del día a día escolar ni las obligaciones de la semana. ¡Cuánto bien hacen estos momentos y qué necesarios son!
La gloria de Serdio y la barca de Pesués hacen que entremos en calor y que repongamos unas fuerzas que en todo momento permanecen intactas.
Ya en tierras astures, no hay cuesta por empinada que sea que pueda con este grupo aguerrido. Esta tierra vecina nos tenía preparada una agradabilísima sorpresa: Colombres. Nos sorprendieron sus asombrosas casonas de indianos y su restaurante mejicano, cuyo refrigerio nos dio alas para afrontar los últimos kilómetros de la etapa.
Sabia decisión la de acabar la jornada reponiendo fuerzas en la playa de la Franca. El sol de otoño, el zumo de cebada y la sempiterna sonrisa de mis compañeros reconfortan y llenan de energía otra jornada memorable. 👏👏👏💪💪💪
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